Asunción, 17 sep (EFE).- Treinta y cuatro años después del asesinato del exdictador nicaragüense Anastasio Somoza en Asunción siguen los interrogantes sobre el atentado que acabó con su vida y el destino de las extensas tierras que compró en Paraguay, dijo hoy a Efe Mónica Zub Centeno, autora de un libro sobre el tema.
El 17 de septiembre de 1980 Somoza pereció dentro de su vehículo en la Avenida Generalísimo Franco, actualmente Avenida España, alcanzado por ráfagas de fusiles de asalto y un cohete RPG-2.
Llevaba 13 meses en Paraguay, donde el entonces dictador Alfredo Stroessner, que estuvo en el poder desde 1954 hasta 1989, le dio cobijo después de que saliera de Nicaragua ante el avance de las fuerzas sandinistas y la presión de Estados Unidos para que renunciara.
La madre de Zub Centeno, nicaragüense, tenía previsto viajar a Paraguay para casarse, pero el temor a la represión desatada por Stroessner tras el atentado la hizo quedarse en su país y que el novio, paraguayo, fuera a Managua.
No es una sorpresa por ello el interés por el tema de Zub Centeno, que nació en Nicaragua y reside en Paraguay, y cuyo libro, recientemente publicado, se basa en su tesis de la licenciatura en Comunicación Social.
El volumen aporta nuevos datos sobre el episodio, pero como toda buena historia también plantea interrogantes.
Entre ellos está si Stroessner «facilitó» la muerte de Somoza o al menos no hizo nada por evitarla.
También se desconoce quién financió el atentado, aunque algunas pruebas apuntan a Tomás Borge, uno de los fundadores del frente sandinista, según la autora.
Otra cuestión es qué ha pasado con las enormes extensiones de tierras adquiridas por Somoza en Paraguay con los cientos de millones de dólares que sacó de Nicaragua.
Las compró a través de testaferros paraguayos, porque él no podía comprarlas legalmente, según Zub Centeno.
Eran terrenos del Estado, destinados a la reforma agraria, y que más adelante la Comisión de la Verdad y Justicia colocó en su lista de «tierras mal habidas», junto con las obtenidas por otros allegados de Stroessner.
Somoza aparentemente se dirigía al banco para cuidar de sus negocios cuando lo abatieron guerrilleros argentinos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), un grupo de izquierda con lazos con los sandinistas.
Habían entrado en Paraguay haciéndose pasar por miembros del equipo del cantante español Julio Iglesias, que preparaban el rodaje de una película o un concierto en Asunción, de acuerdo con la autora.
«Las personas les creyeron. Ellos les pidieron que guardaran el secreto de su presencia a cambio de conseguirles una foto con Julio Iglesias cuando llegara», dijo.
Enrique Gorriarán, el jefe del operativo, reveló los detalles en sus memorias, en las que relató los meses de preparación del atentado, organizado en una casa alquilada a poca distancia de la vivienda que ocupaba Somoza.
«Fue un trabajo bien pensado y planeado. Se prepararon física y psicológicamente», indicó Zub Centeno.
Pero también hubo un elemento de suerte, pues el día del atentado el Mercedes blindado de Somoza estaba averiado y él viajaba en uno sin blindaje. Murieron también su asesor estadounidense Jou Baittiner y el conductor César Gallardo.
Según la autora, el exdictador se sentía seguro en Paraguay, que entonces vivía amedrentado por el régimen de Stroessner, que usó la tortura, la detención y las ejecuciones y desapariciones como medio de control de la sociedad.
En Asunción Somoza llevó una vida disipada, que le causó discusiones con su pareja, Dinorah Sampson, y dio declaraciones a la prensa sobre su intención de recuperar el poder en Nicaragua.
Sin embargo, parece que algo le disgustó a Stroessner sobre su comportamiento, según Zub Centeno. Uno de los factores pudo ser el interés de un hijo de Somoza por una muchacha hija de un militar stronissta que estaba ya comprometida, explicó.
Tanto si Stroessner supo con antelación del atentado o no, le vino «como anillo al dedo» para desatar una campaña de torturas indiscriminadas, en la que cayó uno de los argentinos del comando, Hugo Irurzún, quien fue asesinado, dijo.
El atentado fue, sin embargo, una señal de que los dictadores latinoamericanos no eran «tan seguros y fuertes» como parecían, afirmó Zub Centeno.
Stroessner, también abandonado por Estados Unidos, aguantó nueve años más, hasta que cayó en un golpe de Estado en 1989. Se refugió en Brasil, donde murió en 2006. EFE
César Muñoz Acebes